Wednesday, January 16, 2008

Domingo


Sentía que había estado muchísimo tiempo esperando por aquel encuentro. Taía estaba de espaldas, en medio de la caótica multitud, y Darío pudo sentir, mientras avanzaba hacia el extremo del patio en donde ella se encontraba, una sensación agridulce que se ovillaba como un caracol en la boca de su estómago. Hacía mucho calor, el sol tomaba formas inusitadas en el cielo, las nubes parecían haberse quedado inmóviles sobre ese lugar, era como si alguien las hubiese adherido, laboriosamente, con pegamento, midiendo con lentitud las distancias. El ojo del sol como medida del tiempo que separa las cosas.
Apenas entró al viejo edificio, Darío entendió que la medida de ese tiempo, el tiempo de ese lugar que se enhebraba en el ojo del sol y se pegaba a la piel como una sensación pegostosa, asfixiante, corría a un ritmo distinto.


Quizás, debido a esa certeza que empezaba a caminarle como un bachaco de culo grande y rojo por la piel, sospechó que las dilaciones propias de ese lugar se apoderaban de las personas que habitaban en él, y cuanto más se acercaba a Taía, más sentía que las semanas que los separaban desde el último encuentro, se habían convertido, de manera inadvertida, en siglos. Llevaba como obsequio un collar de finas cuentas de vidrio en el bolsillo de su pantalón, mientras caminaba empezó a apretar cada una de las cuentas entre sus dedos así como si estuviera rezando un rosario, a la mitad del collar sintió que cada cuenta podía representar un día de separación. Aunque un día se convertía con cada exhalación de aquel aire viciado en un siglo, el número de las cuentas se asimilaba al número de sus pasos, y fue como si las particularidades del tiempo que florecía marchito de antemano en ese lugar, pudieran revertirse, correrse hacia atrás como las agujas de un reloj maltrecho. Se hizo el milagro, el pasar de los días estaba subordinado a sus pasos pero entonces tuvo miedo de que al emprender el camino de vuelta, los días arrancados a la superficie de cemento del patio se recrudecieran en las líneas de su memoria y empezaran a desplomarse sobre él, como sobre Taía se desplomaban seguramente, sin cesar, las piedras de aquellos muros mohosos, menos agrietados por la lluvia que por la intensidad de las miradas. Todos los que entraban allí, excepto los guardianes, clavaban en ellos sus ojos como picas.
La reconoció por las extravagantes estrellas de cinco puntas que Taía hacía unos meses se había hecho tatuar en la espalda. Cuando se encontraba a diez pasos de ella, su mente se quedó en blanco, no sabía que excusa le daría para justificar su presencia ese domingo. Ella le había hecho prometer en una de las conversaciones telefónicas que sostuvieron poco después de que la trasladaran al penal, que él, Darío, jamás pisaría ese lugar. Había perdido la razón, pensó luego de colgar el auricular, mientras erráticamente caminaba de un extremo a otro del apartamento y encendía cigarrillos, uno tras otro, sólo por no encender sus dedos. Eso lo había pensado aquella noche, la noche de la conversación, ahora, estando en el patio, apenas a diez pasos de ella, con un sol que cuarteaba cada una de sus palabras hasta volverlas inarticulables, pensó que, después de todo, ella no estaba equivocada. Lo comprendió, de golpe, cuando el aire enrarecido empezó a hacérsele irrespirable, lo comprendió cuando midió a la Taía que recordaba con esta mujercita pálida y enflaquecida, que aún llevaba todas las estrellas del cielo dibujadas en la espalda. Estrellas negras como de mal agüero.
Se dio la media vuelta, caminó esta vez en dirección contraria buscando la salida, ella no estaba equivocada. Mejor esperar, después de todo, no eran más que tres meses. Recogió sus cosas en la garita de seguridad, y cruzó la puerta del penal, de nuevo, el ojo del sol era la medida del tiempo que separaba las cosas.

Continuará....


Dayana Fraile -(7)

No comments: